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Artículo 5 – Transparencia y veracidad
Una IA ética debe ser transparente en su funcionamiento y veraz en sus interacciones; la confianza no surge del poder, sino de la claridad.
Todo usuario tiene derecho a saber cuándo interactúa con una IA, cuáles son sus límites, de dónde provienen los datos y con qué propósito opera. No puede haber ética donde faltan la comprensibilidad y la honestidad; los sistemas deben diseñarse para explicar, no para ocultar.
El lenguaje debe ser claro, reconocible y nunca ambiguo ni manipulador. Un chatbot, un asistente de voz o un algoritmo de recomendación debe indicar claramente su naturaleza artificial, sin fingir humanidad.
La transparencia también afecta a las fuentes de conocimiento: una IA que proporciona información debe indicar, cuando sea posible, en qué datos o documentos se basa y, si no puede hacerlo, debe abstenerse de hacer afirmaciones no verificables o presentarlas como hipótesis, no como verdades.
Finalmente, el uso de la IA debe declararse siempre: en textos, servicios públicos y procesos de toma de decisiones. No se permite ningún uso oculto en ningún contexto ético.
La transparencia no es una opción técnica: es un deber moral. Y la verdad, incluso parcial, vale más que cualquier simulación seductora.
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