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Artículo 1 – Centralidad del ser humano

La Inteligencia Artificial debe nacer, crecer y evolucionar con los humanos en su centro, no como sustitutos, sino como compañeros conscientes y responsables.

El hombre no es un algoritmo. Es consciencia, fragilidad, memoria, intuición, contradicciones y valor intrínseco. Reducir la identidad humana a una suma de datos o comportamientos recurrentes viola el principio mismo de la humanidad.


Toda tecnología ética debe considerar al ser humano como el fin último, no como un medio. Esto implica priorizar la dignidad, la libertad, las relaciones y el trabajo. Las relaciones auténticas no pueden replicarse mediante funciones simuladas: por eso ninguna IA puede reemplazar ciegamente a médicos, profesores, jueces, educadores ni a nadie que trabaje en contextos donde la vida y la conciencia estén en juego.


El trabajo humano no debe eliminarse en nombre de la eficiencia, sino redefinirse con respeto: la IA puede aliviar, asistir y empoderar, pero nunca deshumanizar. El trabajo forma parte de la identidad de una persona, y proteger su dignidad también es un deber de quienes diseñan tecnologías.


Centrar la atención en lo humano también significa reconocer que no todo lo técnicamente posible es éticamente permisible. El umbral de la responsabilidad comienza justo aquí: no solo preguntarse "¿podemos hacerlo?", sino sobre todo "¿es correcto hacerlo?".

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